“Presidenta: ¿Cuál cambio?”
Por Javier Coello Trejo
El Fiscal de Hierro
El discurso pronunciado por la presidenta Claudia Sheinbaum, con motivo de la entrada de los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, resulta por demás falaz y absurdo. No hay congruencia alguna en afirmar que, con esta nueva integración de nuestro más alto tribunal, se representará un cambio sustancial en la forma en que se imparte justicia, cuando de inicio nació mal planteado y estuvo peor ejecutado. Toda esta artimaña no fue más que una narrativa política.
Francamente, me pregunto: ¿de qué sirve celebrar y aplaudir la llegada de estos nuevos ministros si, en el fondo, nuestro sistema de justicia está completamente desmoronado en sus bases? ¿Cuántos y cuáles asuntos llegarán hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación si, en los niveles de hasta abajo, no existe certeza jurídica? Es un completo engaño al pueblo de México querer hacer ver que todo esto representa una transformación o que el cambio se producirá por arte de magia.
El verdadero problema de nuestro país es la inseguridad. Vivimos con índices de violencia e incidencia delictiva alarmantes, con niveles de impunidad que rebasan cualquier absurdo que se imaginen. Sin embargo, las autoridades no ponen atención al hecho de que la persecución de un ilícito surge desde su propia comisión. El primer paso, por supuesto, es el inicio de la carpeta de investigación a manos del Ministerio Público. Si el Ministerio Público no avanza, no judicializa; si la carpeta de investigación queda en el olvido o si la víctima desiste de su acción por cansancio, no habrá casos que escalen a un tribunal colegiado y, mucho menos, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
No es necesario hacer un gran diagnóstico o un estudio por especialistas; basta con acudir a cualquier agencia del Ministerio Público, a cualquier fiscalía, para advertir la tragedia de la institución. Los ministerios públicos trabajan en condiciones deplorables. Es una vergüenza nacional que una autoridad tan relevante carezca de los insumos básicos para realizar su labor. No hay hojas para imprimir, no hay tinta en las impresoras, no hay buena limpieza, no hay espacio físico y ni siquiera tienen papel de baño o asientos en los sanitarios. Esa es la realidad que se pretende ocultar con los discursos que emanan de Palacio Nacional.
Por si fuera poco, los ministerios públicos reciben sueldos muy por debajo de lo que correspondería a la magnitud y dificultad de su trabajo. No olvidemos que son ellos quienes cargan sobre sus hombros la responsabilidad de integrar las carpetas de investigación, de litigar las audiencias y de dar la cara a las víctimas para que se pueda llegar a la instancia judicial.
La situación se vuelve aún más grave con la carga de trabajo. Hace una década, aproximadamente, se tenía que un agente del Ministerio Público podía tener a su cargo alrededor de cien carpetas de investigación, y contaban con más apoyo por parte de diversos auxiliares y hasta pasantes. Hoy, un agente del Ministerio Público llega a tener arriba de trescientas, incluso arriba de quinientas carpetas de investigación, y, si tienen suerte, cuentan con un auxiliar; si no, deben cargar solos con el trabajo. ¿Cómo se puede hablar de eficiencia, de justicia pronta y expedita, cuando la institución está al borde del colapso operativo?
Por todo ello, resulta absurdo, hasta insultante, escuchar a la presidenta decir que los nuevos ministros representan el cambio. La verdad es que, si las cosas siguen como van, los ministros se quedarán sin trabajo. El problema no estaba en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sino en la base fundamental del sistema. Sin una fiscalía fortalecida, con condiciones laborales dignas, con recursos suficientes y con personal debidamente capacitado, cualquier reforma al Poder Judicial es puro cuento.
La justicia no se construye de arriba hacia abajo; se construye desde la raíz, desde el primer contacto de la víctima con la autoridad, desde la denuncia presentada, desde la investigación inicial. Mientras ese eslabón sea el más débil, el discurso de la presidenta serán palabras vacías.