Por Javier Coello Trejo.
"El Fiscal de Hierro"
-Homicidio en Polanco por adolescente revela decadencia moral; la podredumbre inicia en el hogar, no solo en el Gobierno.
-Coello Trejo exige "mano dura" en casa; la crisis social es un error colectivo por falta de límites y responsabilidad familiar.
-Hipocresía social: criticar la corrupción gubernamental mientras se es incongruente al normalizar faltas en lo cotidiano.
-El joven que disparó a su madre no actuó solo; su violencia fue forjada en un entorno que permitió alcohol y acceso a un arma.
-El autor llama a la acción: dejar de culpar solo al Estado y ordenar los hogares para prevenir la semilla de la delincuencia.
La reciente noticia sobre el homicidio cometido por un adolescente en la colonia Polanco, alcaldía Miguel Hidalgo, Ciudad de México, no solo es sorprendente por la naturaleza y las circunstancias del hecho, sino por lo que revela sobre el estado que guarda la ética y la moral en nuestra sociedad. Según los medios de comunicación, un menor de edad, de apenas trece años, fue castigado por su madre por llegar tomado a su casa, castigo que consistió en retirarle su teléfono celular. Este acto, esa sanción, detonó la frustración y furia de ese joven, pues tomó un arma de fuego, hirió a su hermano golpeándolo con ella, y disparó a su madre en el rostro.
Al enterarme de ello, sentí una gran impotencia y rabia. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a este extremo? ¿Por qué sucede esto en el núcleo de nuestra sociedad, la familia, el hogar, donde se forman a los ciudadanos del país?
Porque tenemos la costumbre de voltear a ver al Estado (claro que con razón) para exigir seguridad, justicia, educación y oportunidades. Pero ¿y nosotros? ¿Y lo que ocurre en nuestro núcleo? Debemos reflexionar que la sociedad es un conjunto de niveles: está el planeta, luego un continente, un país, un Estado, una localidad, un municipio, una colonia, un domicilio y, finalmente, un individuo. El rol que cada uno representa se diluye a medida que el grupo social se amplía. En casa yo puedo ser cabeza y autoridad; pero en la colonia soy solo uno más del montón. Entonces, lo que hago, lo que permito, lo que cedo o afirmo en mi núcleo familiar, aunque imperceptible, genera un impacto.
Es muy fácil criticar al Gobierno. Yo lo hago todo el tiempo, pues tienen muchas deudas pendientes. Pero resulta hipócrita señalar que “el gobierno no arregla los baches” cuando yo tiro basura en la calle de mi colonia; es incongruente sostener que “el gobierno es corrupto” cuando yo doy un regalito al maestro para que mi hijo no repruebe. La podredumbre no solo está arriba, sino que empieza desde abajo, en el hogar, en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo casi imperceptible.
Aquel joven no nació sabiendo dónde encontrar un arma, no nació sabiendo dónde estaba el gatillo, no nació sabiendo que matar era opción. Esto fue forjado en un entorno. Bebió siendo menor; alguien lo permitió. Reaccionó con tal violencia a un castigo; alguien no supo contenerlo o no lo detectó. Tenía acceso a un arma de fuego; alguien no la resguardó. Y la madre, quien le dio la vida y lo educó, que con toda probabilidad hizo lo que pudo, se topó con una situación insuperable.
Entonces, hubo una falla de todos, un error colectivo. ¿Solo los padres son responsables? ¿Solo los maestros? ¿Solo los amigos o el internet? Puede ser que en su mayoría sí. Pero, al final, cada uno de nosotros, en nuestro actuar y decidir, tenemos responsabilidad.
Esto implica amar, cuidar, dotar de autoestima, consentir, incluso; pero también educar, poner reglas y límites, sancionar conductas antisociales. Es tan importante hacer un reconocimiento como dar un “no” contundente cuando algo está fuera de lugar. Muchos se excusan diciendo que en sus hogares no creen en la disciplina con “violencia”, pero un buen grito o una nalgada a tiempo pueden marcar la diferencia. No se trata de “miedo”, sino de respeto; no de humillación, sino de autoridad. Y es ahí donde hemos confundido los términos y conceptos.
Y, claro, el Estado tiene en parte culpa. Pero cuando pedimos “mano dura” contra la delincuencia, debemos autoexigirnos “mano dura” en el hogar, en nuestro núcleo, en nuestro entorno. Tiene culpa el asesino por hacerlo, tiene culpa el Estado por no prevenirlo y tenemos culpa nosotros, sociedad, por permitirlo.
Así que, cuando enfoques la atención en historias como esta de Polanco, en tragedias mediáticas, miremos también nuestros domicilios, nuestras redes sociales, nuestro silencio, nuestra complicidad al normalizar. Es ahí en donde todo se vuelve completamente claro: el problema no es solo la bala o el alcohol, sino la total decadencia de los valores mínimos.
Le exijo a usted, lector, así como me exijo a mí, que despertemos. Que entendamos que somos parte del problema, pero también de la solución. Que no solo hay que reclamar al Estado, sino debemos, usted y yo, ordenar nuestros hogares. Que no solo condenemos a la delincuencia, si no hemos prevenido la semilla. Que no nos quejemos de la impunidad o de la corrupción, si no creamos una cultura de responsabilidad.
Porque, al final, esa madre que fue privada de la vida, ese joven que se alejó del camino, esa familia rota, no son solo cifras, son el reflejo de lo que podríamos evitar si actuamos en nuestro núcleo. Es tan sencillo como querer corregir y exigir. No será cómodo, pero es necesario.
La próxima vez que gritemos en contra de la corrupción, la inseguridad, la descomposición, mírese en el espejo y pregúntese: “¿Qué hice hoy por mi hogar, por mi hijo, por mi vecino?”, porque “de poquito en poquito se va llenando el pocito”. #MetroNewsMx #GuanajuatDesconocido #ElFiscaldeHierro

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