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Título original
Un Dios prohibido

Año
2013

Duración
133 min.

País
España

Director
Pablo Moreno

Guion
Juanjo Díaz Polo

Música
Sergio Cardoso

Fotografía
Rubén D. Ortega

Reparto
Elena Furiase,  Jacobo Muñoz,  Iñigo Etayo,  Jerónimo Salas,  Alex Larumbe, Luis Seguí,  Gabriel González,  Guido Balzaretti,  Ainhoa Aldanondo

Productora
Contracorriente Producciones

Género
Drama | Histórico. Guerra Civil Española. Religión. Años 30

Web oficial
http://www.undiosprohibido.com/ficha-resumen/

Sinopsis
Verano de 1936, inicios de la Guerra Civil española. La película narra el martirio de 51 miembros de la Comunidad Claretiana de Barbastro (Huesca), deteniéndose en el aspecto humano y religioso de las personas que participaron en este hecho histórico y resaltando la dimensión universal del triunfo del amor sobre la muerte.


La historia

El martirio de los 51 Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María de Barbastro aconteció durante los días 2, 12, 13, 15 y 18 del mes de agosto de 1936. La comunidad claretiana de Barbastro (Huesca-España) estaba formada por 60 misioneros: 9 Padres, 12 Hermanos y 39 Estudiantes a punto de recibir la ordenación.

El lunes 20 de julio de 1936 la casa fue asaltada y registrada, infructuosamente, en busca de armas. Fueron arrestados todos sus miembros. El superior, P. Felipe de Jesús Munárriz, el formador de los Estudiantes, P. Juan Díaz, y el administrador, P. Leoncio Pérez, fueron llevados directamente a la cárcel municipal.

Los ancianos y enfermos fueron trasladados al Asilo o al Hospital. Los demás fueron conducidos al colegio de los Escolapios, en cuyo salón de actos quedaron encerrados hasta el día de su ejecución.

A lo largo de su breve estancia en la cárcel, los tres responsables de la comunidad claretiana fueron verdaderamente ejemplares. Sin ninguna clase de juicio, simplemente por su condición religiosa, fueron fusilados a la entrada del cementerio al alba del día 2 de agosto.

Los que permanecieron encarcelados en el salón de los Escolapios, desde el primer momento se prepararon para morir.

Durante los primeros días de cautiverio pudieron recibir la comunión clandestinamente. La Eucaristía fue, en aquellos trágicos momentos, el centro de su vida y el origen de su fortaleza.

Con la oración, el rezo del Oficio y del rosario fueron preparándose interiormente para la muerte. Hubieron de soportar muchas incomodidades físicas y morales.

Fueron atormentados con simulacros de fusilamiento. Les introdujeron prostitutas en el salón para provocarles. Varios recibieron distintas ofertas de liberación. Pero ni uno solo claudicó.

El reconocimiento de su heroicidad ante el martirio fue reconocido por todos desde el primer momento. Herederos del espíritu apostólico de san Antonio María Claret, se mantuvieron atentos a los desafíos misioneros de ese su tiempo: antes de ser encarcelados se habían mostrado sensibles a los más desfavorecidos de su época, los obreros, y se estaban preparando con ilusión y mirada universal para un ya próximo ministerio.

Fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992.

Carta de despedida a la Congregación

«Anteayer, día 11, murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, 6 de nuestros hermanos; hoy, 13, han alcanzado la palma de la victoria 20, y mañana, 14, esperamos morir los 21 restantes. ¡Gloria a Dios! ¡Y qué nobles y heroicos se están portando tus hijos, Congregación querida!»

«Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto; cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantar y ponernos en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia y, cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que los ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada; cuando van en el camión hacia el cementerios, los oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! Responde el populacho, rabioso, ¡Muera! ¡Muera!, pero nada los intimida.»

«¡Son tus hijos, Congregación querida, éstos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van hacia el cementerio ¡Viva Cristo Rey! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a ti, madre común de todos nosotros. Me dicen mis compañeros que inicie yo los ¡vivas! y que ellos ya responderán.»

«Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y de muerte.»

«Morimos todos contentos, sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, Mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo.»

«Los Mártires de mañana, 14, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción; y ¡qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y morimos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron.»

«Los Mártires de Barbastro, y, en nombre de todos, el último y más indigno, Faustino Pérez, C.M.F.»

«¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós, adiós!»

Los nombres de los beatos mártires

Los Beatos Mártires Claretianos de Barbastro son los 51 misioneros claretianos martirizados y asesinados por milicianos anarquistas en el inicio de la Guerra Civil Española en la localidad oscense de Barbastro, España, y cuya festividad se celebra el día 13 de agosto cada año.

En la diócesis de Barbastro durante persecución religiosa durante la Guerra Civil Española, fue asesinado el 88% del clero, incluido su obispo.

Prisión

Estuvieron presos en el colegio de las Escuelas Pías de Barbastro junto con los benedictinos, los propios escolapios, Ceferino Giménez Malla otros laicos y el obispo de Barbastro, Florentino Asensio Barroso, que corrieron la misma suerte que ellos, de donde se fueron realizando a lo largo de los días diversas sacas para su ejecución.

Relación de Fallecidos: Asesinados el 2 de agosto de 1936

Beato Felipe de Jesús Munárriz Azcona, sacerdote, superior de la comunidad, de 61 años
Beato Juan Díaz Nosti, sacerdote, director espiritual, 56 años
Beato Leoncio Pérez Ramos, sacerdote, ecónomo, 60

Asesinados el 12 de agosto de 1936

Beato Sebastián Calvo Martínez, sacerdote, maestro 33
Beato Gregorio Chirivás Lacambra, hermano misionero 56
Beato Nicasio Sierra Ucar, sacerdote, maestro 45
Beato Pedro Cunill Padrós, sacerdote, maestro 33
Beato Venceslao Clarís Vilaregut, estudiante de teología 29
Beato José Pavón Bueno, sacerdote, maestro 27

Asesinados el 13 de agosto de 1936

Beato Secundino María Ortega García, sacerdote, profesor de teología 24
Beato Javier Luis Bandrés Jiménez, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato José Brengaret Pujol, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Manuel Buil Lalueza, clérigo profeso, estudiante de teología22
Beato Antonino Calvo Calvo, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Tomás Capdevila Miró, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato Esteban Casadevall Puig, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Eusebio Codina Millá, clérigo profeso, estudiante de teología 21
Beato Juan Codinachs Tuneu, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato Antonio María Dalmau Rosich, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Juan Echarre Vique, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Pedro García Bernal, clérigo profeso, estudiante de teología 25
Beato Hilario María Llorente Martín, clérigo profeso, estudiante de teología 25
Beato Alfonso Miquel Garriga, hermano misionero 22
Beato Raimundo Novich Rabionet, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato José María Ormo Seró, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato Salvador Pigem Serra, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Teodoro Ruiz de Larrinaga García, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Juan Sánchez Munárriz, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Manuel Torras Sais, clérigo profeso, estudiante de teología 21

Asesinados el 15 de agosto de 1936

Beato Luis Masferrer Vila, sacerdote, maestro, 24
Beato José María Amorós Hernández, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato José María Badia Mateu, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Juan Baixeras Berenguer, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato José María Blas Juan, clérigo profeso, estudiante de teología 24
Beato Rafael Briega Morales, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Francisco Castán Messeguer, hermano misionero 25
Beato Luis Escalé Binefa, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato José Figuero Beltrán, clérigo profeso, estudiante de teología 25
Beato Raimundo Illa Salvia, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato Luis Lladó Teixidó, clérigo profeso, estudiante de teología 24
Beato Manuel Martínez Jarauta, religioso profeso, estudiante de teología 23
Beato Miguel Masip González, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Faustino Pérez García, clérigo profeso, estudiante de teología 25
Beato Sebastián Riera Coromina, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato Eduardo Ripoll Diego, clérigo profeso, estudiante de teología 24
Beato José María Ros Florerisa, clérigo profeso, estudiante de teología 22
Beato Francisco María Roura Farró, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Alfonso Sorribes Teixidó, clérigo profeso, estudiante de teología 23
Beato Jesús Agustín Viela Ezcurdia, clérigo profeso, estudiante de teología 22

Asesinados el 18 de agosto de 1936

Beato Jacobo Falgarona Vilanova, clérigo profeso, estudiante de teología 24
Beato Atanasio Vidaurreta Labra, clérigo profeso, estudiante de teología 25

El mártir obispo de Barbastro: Beato Florentino Asensio Barroso

El beato Florentino Asensio Barroso (nacido en Villasexmir, 16 de octubre de 1877 - fallecido en Barbastro, 9 de agosto de 1936) fue un prelado español, consagrado obispo en 1936. Se desempeñó de forma efectiva como administrador apostólico de la diócesis de Barbastro durante unos pocos meses antes de ser torturado y ejecutado. Fue uno de los trece obispos asesinados durante la Guerra Civil Española, víctima de la persecución religiosa. Fue proclamado mártir por la Iglesia católica y beatificado por Juan Pablo II en 1997.

Vida: Primeros años y sacerdocio

Florentino Asensio Barroso nació el 16 de octubre de 1877 en Villasexmir (Valladolid), por entonces perteneciente a la diócesis de Palencia. Era hijo de Jacinto Asensio González, vendedor ambulante, y de Gabina Barroso Vásquez, quien atendía una tienda del poblado. El matrimonio tuvo nueve hijos. Florentino recibió el bautismo en la parroquia de la Asunción de Villasexmir el 24 de octubre de ese año, y la confirmación por Don Juan Lozano y Torreira, obispo de Palencia, el 6 de junio de 1878, en la misma iglesia.

Ingresó muy joven en el seminario de Valladolid. En la misma ciudad accedió al sub-diaconado y al diaconado el 22 de septiembre y el 22 de diciembre de 1900, respectivamente. Fue ordenado presbítero con tan solo 23 años, el 1 de junio de 1901.​

El 2 de agosto de 1901 fue nombrado coadjutor de la parroquia de Villaverde de Medina, en la cual permaneció durante un año y medio. Luego, fue trasladado a Valladolid, donde el arzobispo José María Cos y Macho le confió el 1 de marzo de 1905 su secretaría (capellanía) particular y archivo episcopal, y el 11 de octubre de ese año la mayordomía del palacio episcopal.

Sin abandonar estas funciones continuó sus estudios y obtuvo su doctorado en Teología en la Pontificia Universidad de Valladolid el 29 de agosto de 1906. El Consejo Académico lo propuso como profesor de Metafísica, trabajo que desarrolló durante el ciclo lectivo 1909-1910.

El 30 de abril de 1910 fue elegido canónigo de la Catedral. El 4 de febrero de 1915 fue designado director ejecutivo de los fondos de la Arquidiócesis y capellanías y el 3 de julio de 1918 fue promovido a una canonjía de gracia.

Su labor se multiplicó: fue el confesor del Seminario Conciliar de Valladolid y de las Hermanas Oblatas (1920-1935), del monasterio cisterciense de Las Huelgas (1923-1935) y del Hospital de Esgueva (1930- 1935). En 1925 fue nombrado párroco de la parroquia del capítulo metropolitano de Valladolid. Desde febrero 1932 hasta abril 1935 fue director del Apostolado de la Oración.

Obispo

Interior de la Catedral de Santa María de la Asunción de Barbastro, donde el obispo Florentino Asensio Barroso desarrolló su breve ministerio episcopal.

Su celo pastoral le dio fama, y en 1935 el Nuncio Apostólico Federico Tedeschini le comunicó que el papa Pío XI lo proponía a la dignidad episcopal con sede en Barbastro (Huesca). Fue designado obispo de Euroea in Epiro (Euroeensis in Epiro) y administrador apostólico de Barbastro el 11 de noviembre de 1935 y consagrado obispo en Valladolid el 26 de enero de 1936, siendo su consagrador principal el arzobispo Remigio Gandásegui y Gorrochátegui.

Tomó posesión de la sede de Barbastro como administrador apostólico el 8 de marzo de aquel año, entrando discretamente el día 15 para evitar disturbios anticatólicos.

Como comenta Montero Moreno (1999, op.cit.), su ministerio episcopal como administrador apostólico de Barbastro (una pequeña diócesis del norte de España), no solo fue muy breve (seis meses) sino signado por la violencia extrema.

Vio caer en primer término a su vicario general y asistió al arresto de casi todos sus sacerdotes. En esa pequeña diócesis de los Pirineos había a su llegada 131 sacerdotes, de los que 113 fueron asesinados, incluyendo 50 misioneros claretianos, algunos estudiantes de teología, un monasterio entero de 19 benedictinos,​ y 9 padres escolapios que tenían una casa en Peralta de la Sal y un colegio en el mismo Barbastro.

Su arresto, tortura y muerte

Capilla de San Carlos Borromeo, en la Catedral de Santa María de la Asunción de Barbastro. Allí se veneran las reliquias incorruptas del obispo Florentino Asensio Barroso.

Con la sublevación militar fue arrestado en la residencia episcopal, y encarcelado el 22 de julio de 1936. Al atardecer del día 8 de agosto, fue trasladado a una celda solita­ria de la cárcel del Ayuntamiento, en la misma plaza. En los interrogatorios a que fue sometido fue torturado repetidamente, sufriendo la amputación de la bolsa escrotal.​

En la madrugada del 9 de agosto de 1936 le llevaron, junto con otros doce detenidos, en un "camión de la muerte" al cementerio, donde fue fusilado. Murió al tiempo que bendecía y perdonaba a sus asesinos.

Su cadáver fue arrojando a una fosa común. Al terminar la guerra civil, se efectuó un proceso de identificación de los allí enterrados. Florentino Asensio Barroso fue fácilmente iden­tificado por las iniciales que marcaban su ropa interior. Su cuerpo fue hallado incorrupto.​ Sus restos fueron exhumados y depositados en la cripta ubicada bajo el presbiterio de la Catedral de Santa María de la Asunción de Barbastro.

Beatificación

Fue declarado mártir de la Iglesia católica y la ceremonia de su beatificación fue presidida por el papa Juan Pablo II el 4 de mayo de 1997.​ Su festividad se celebra el 9 de agosto. En ocasión de su beatificación, sus reliquias incorruptas fueron trasladadas a la capilla de San Carlos Borromeo en la misma Catedral, y depositadas en un sepulcro nuevo ubicado detrás del altar, donde actualmente se veneran.


Título original
Le dialogue des Carmélites

Año
1960

Duración
112 min.

País
 Francia

Director
Philippe Agostini, Raymond Leopold Bruckberger

Guión
Philippe Agostini, Raimond Leopold Bruckberger (Novela: Gertrud Von Le Fort. Obra: Georges Bernanos)

Música
Jean Françaix

Fotografía
André Bac (B&W)

Reparto
Jeanne Moreau, Alida Valli, Madeleine Renaud, Pascale Audret, Pierre Brasseur, Jean-Louis Barrault, Anne Doat, Georges Wilson

Productora
Coproducción Francia-Italia; Champs-Élysées Productions / Titanus

Género
Drama | Basado en hechos reales. Siglo XVIII. Revolución Francesa. Religión

Sinopsis
En plena Revolución Francesa, la joven Blanche de la Force decide protegerse en un convento y por eso ingresa en la orden Carmelita. Allí conoce a la alegre monja Sor Constance y a la madre Marie, entre otras, y es feliz junto a ellas a pesar de los conflictos externos y de las presiones de su padre para que deje el convento. Film basado en la real y trágica historia acontecida con las dieciséis monjas carmelitas del convento de Compiègne en 1794, y recogida por el escritor francés Georges Bernanos en su obra teatral homónima, que a su vez se inspiró en la pieza “La última del cadalso” de la escritora Gertrud Von Le Fort.

La obra Diálogo de carmelitas de Bernanos hizo más conocido el episodio del martirio de las dieciséis monjas carmelitas (incluyendo una novicia) del monasterio de Compiègne. Su relato es edificante por la fidelidad y serenidad con que afrontaron su martirio. Ojalá que, como decía Tertuliano, que se bautizó al ver la valentía de los primeros mártires cristianos, realmente la sangre de los mártires sea semilla de cristianos, de cristianos comprometidos con su fe y sin miedo a confesarla en público donde sea necesario.

La decapitación de estas monjas por fanáticas muestra que realmente el sueño de la razón produce monstruos, que empezaron con la revolución francesa, hija de la Ilustración que ensalzó la razón pura y condenó la religión como supersticiosa: Aplastad al infame decía Voltaire. 

La fiesta de Nuestra Señora del Carmen de 1794, celebrada en una horrible cárcel de París, tuvo augurios de sangre y de gloria para las monjas carmelitas descalzas del monasterio de Compiègne. Al día siguiente, las dieciséis hijas de Santa Teresa, novicia incluida, iban a ser conducidas a la guillotina por el crimen de ser católicas, “fanáticas” en el lenguaje revolucionario.

Hacía siglo y medio que las carmelitas descalzas de Amiens habían fundado en Compiègne, una ciudad de Oise. La fundación data de 1641, cuando hacía 37 años que había llegado a Francia para iniciar la reforma la Beata Ana de San Bartolomé con Ana de Jesús y otras cuatro monjas españolas.

Al estallar la revolución (1789), las monjas rehusaron despojarse de su hábito carmelita, y cuando los disturbios fueron aumentando, entre junio y septiembre de 1792, siguiendo una inspiración que tuvo la priora Beata Teresa de San Agustín, todas se ofrecieron al Señor en holocausto para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su amado Hijo, fuese devuelta a la Iglesia y al Estado. El acto de consagración, emitido incluso por dos religiosas ancianas que al principio se habían asustado ante el solo pensamiento de la guillotina, se convirtió en ofrecimiento diario hasta el día del martirio, dos años después.

La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiègne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Cinco días después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de Libertad-Igualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados.

Después fueron separadas. Hicieron cuatro grupos y vivían en distintos domicilios, pero continuaron practicando la oración y entregándose a la penitencia como antes.

La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad. En ello encontraron motivo suficiente para denunciarlas al Comité de Salud Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo.

El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia y había llegado en aquellos momentos al más alto nivel imaginable. El rey había sido ejecutado y el Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos sospechosos a la muerte.

La denuncia de las carmelitas decía que, pese a la prohibición, seguían viviendo en comunidad, que celebraban reuniones sospechosas y mantenían correspondencia criminal con fanáticos de París.

Convenía presentar pruebas, y con ese objeto se efectuó un minucioso registro en los domicilios de los cuatro grupos. El Comité encontró diversos objetos que fueron considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas. El Comité, pues, redactó un informe en el que explicaba cómo, “considerando que las ciudadanas religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad”, que su correspondencia era testimonio de que tramaban en secreto el restablecimiento de la Monarquía y la desaparición de la República, las mandaba detener y encerrar en prisión.

El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitación, que se había convertido en cárcel. Allí esperaron la decisión final que sobre su suerte tomaría el Comité de Salud Pública asesorado por el Comité local. Entonces acordaron retractarse del juramento prestado antes, “prefiriendo mil veces la muerte mejor que ser culpables de un juramento así”. Esta resolución las llenó de serenidad. Cada día aumentaba el peligro, pero ellas se sentían más fuertes. Continuaban dedicadas a orar y, gracias a estar en prisión, podían hacerlo juntas, como cuando estaban en su convento. Ya no se veían obligadas a ocultarse y ello les procuraba un gran alivio.

Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio órdenes para que fueran trasladadas a París. El cumplimiento de tales órdenes fue exigido en términos que no admitían demora. No hubo tiempo para que las hermanas tomaran su ligera colación ni cambiaran su ropa, que estaba mojada porque habían estado lavando. Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina y abarrotada de sacerdotes y laicos cristianos igualmente condenados.

Nadie ayudó a las monjas a descender de los carros al final del viaje. A pesar de sus ligaduras y de la fatiga causada por el incómodo transporte, fueron bajando solas. Una de las hermanas, sin embargo, enferma y octogenaria, Carlota de la Resurrección, impedida por las ataduras y la edad, no sabia cómo llegar al suelo. Los conductores de las carretas, impacientados, la cogieron y la arrojaron violentamente sobre el pavimento. Era una de las religiosas que dos años antes había sentido miedo ante el pensamiento de una muerte en el patíbulo y había dudado antes de ofrecerse en sacrificio. Pero en este momento era ya valiente y, levantándose maltrecha, como pudo, dijo a los que la habían maltratado:

“Créanme, no les guardo ningún rencor. Al contrario, les agradezco que no me hayan matado porque, si hubiera muerto, habría perdido la oportunidad de pasar la gloria y la dicha del martirio”.

Como si nada hubiese ocurrido, en la Conserjería prosiguieron su vida de oración prescrita por la regla. No se dejaban perturbar por los acontecimientos. Testigos dignos de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar sus oficios.

Su última fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Señora del Carmen. La celebraron con el mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor preocupación. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al día siguiente ante el Tribunal Revolucionario. La noticia no les impidió cantar, sobre la música de La Marsellesa, unos versos improvisados en los que expresaban al mismo tiempo fe en su victoria, temor y confianza, y que se conservan en el convento de Compiègne.

Ante el Tribunal escucharon cómo el acusador público, Fouquier-Tinville, las atacaba durísimamente: “Aunque separadas en diferentes casas, formaban conciliábulos contrarrevolucionarios en los que intervenían ellas y otras personas. Vivían bajo la obediencia de una superiora y, en cuanto a sus principios y sus votos, sus cartas y sus escritos son suficiente testimonio”.

Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un solo testigo, el Tribunal condenó a muerte a las dieciséis carmelitas, culpables de organizar reuniones y conciliábulos contrarrevolucionarios, de sostener correspondencia con fanáticos y de guardar escritos que atentaban contra la libertad. Una de las monjas, sor Enriqueta de la Providencia, preguntó al presidente qué entendía por la palabra “fanático” que figuraba en el texto del juicio, y la respuesta fue:

“Entiendo por esa palabra su apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de religión”.

Era su amor a Dios , su fidelidad a los votos y a la religión lo que las hacía merecedoras de la pena capital.

Una hora después subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono derrocado, hoy plaza de la Nación. En el trayecto la gente las miraba pasar demostrando diversidad de sentimientos, unos las injuriaban, otros las admiraban. Ellas iban tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de sus promesas del bautismo y de sus votos de religión.

Una joven novicia, sor Constanza, se arrodilló delante de la priora, con la naturalidad con que lo hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera permiso para morir. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes, subió decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las carmelitas repitieron la escena. Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de ser guillotinadas. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del verdugo. Así realizó lo que ella solía decir: “El amor saldrá siempre victorioso. Cuando se ama todo se puede”.

Era el día 17 de julio de 1.794 por la tarde.

Prevaleció un silencio absoluto durante todo el tiempo en que los ejecutores seguían el procedimiento. Las cabezas y los cuerpos de las mártires fueron enterrados en un pozo de arena profundo de casi nueve metros cuadrados en el cementerio parisino de Picpus. Como este pozo de arena fue el receptáculo de los cuerpos de 1298 víctimas de la Revolución, parece no haber muchas esperanzas de recuperar sus reliquias. Una placa de mármol con el nombre de las mártires y la fecha de su muerte figura sobre la fosa y en ella hay grabada una frase latina que dice: Beati qui in Domino moriuntur. Felices los que mueren en el Señor.

Sus nombres eran los siguientes:

•Madeleine-Claudine Ledoine (Madre Teresa de San Agustín), priora, n. en París, el 22 Sept., 1752, profesó el 16 o 17 de Mayo, 1775; •Marie-Anne (o Antoinette) Brideau (Madre San Luis), sub-priora, n. en Belfort, el 7 Dic., 1752, profesó el 3 Sept, 1771; •Marie-Anne Piedcourt (Hermana de Jesús Crucificado), miembro del coro, n. 1715, profesó en1737; al subir al patíbulo dijo: “Los perdono tan de corazón como deseo que Dios me perdone a mí”; •Anne-Marie-Madeleine Thouret (Hermana Charlotte de la Resurrección), sacristán, n. en Mouy, 16 Sept., 1715, profesó 19 Ago., 1740, dos veces sub- priora en 1764 y 1778. Su retrato está reproducido en la página opuesta a la p. 2 en el trabajo de la Sta. Willson citado debajo; •Marie-Antoniette o Anne Hanisset (Hermana Teresa del Santo Corazón de María), n. en Rheims en 1740 o 1742, profesó en 1764; •Marie-Françoise Gabrielle de Croissy (Madre Henriette de Jesús), n. en París, el 18 Junio, 1745, profesó el 22 Feb., 1764, priora desde 1779 a 1785; •Marie-Gabrielle Trézel (Hermana Teresa de San Ignacio), miembro del coro, n. en Compiègne, el 4 de Abril de 1743, profesó el 12 Dic., 1771; •Rose-Chrétien de la Neuville, viuda, miembro del coro (Hermana Julia Luisa de Jesús), n. en Loreau (o Evreux), en 1741, profesó probablemente en 1777; •Anne Petras (Hermana María Henrieta de la Providencia), miembro del coro, n. en Cajarc (Lot), 17 Junio, 1760, profesó el 22 Oct., 1786. •Con respecto a la Hermana Eufrasia de la Inmaculada Concepción, los reportes varían. La Srta. Willson dice que su nombre era Marie Claude Cyprienne Brard, y que nació el 12 de Mayo, 1736; Pierre, que su nombre era Catherine Charlotte Brard, y que nació el 7 de Sept., 1736. Nació en Bourth, y profesó en 1757; •Marie-Geneviève Meunier (Hermana Constanza), novicia, n. 28 Mayo, 1765, o 1766, en St. Denis, recibió el hábito el 16 Dic., 1788. Subió al patíbulo cantando “Laudate Dominum”. Además de las personas mencionadas arriba, tres hermanas laicas y dos torneras sufrieron el martirio. Las hermanas laicas son: •Angélique Roussel (Hermana María del Espíritu Santo), hermana laica, n. en Fresnes, el 4 de Agosto, 1742, profesó el 14 de Mayo, 1769; •Marie Dufour (Hermana Santa Marta), hermana laica, n. en Beaune, 1 o 2 Oct., 1742, entró a la comunidad en 1772; •Julie o Juliette Vérolot (Hermana San Francisco Javier), hermana laica, n. en Laignes o Lignières, 11 Enero, 1764, profesó el 12 Enero, 1789.

Las dos tourières, que no eran Carmelitas, sino simplemente sirvientas de la comunidad, eran: Catherine y Teresa Soiron, n. respectivamente el 2 Feb., 1742 y el 23 Ene., 1748 en Compiègne, ambas estaban al servicio de la comunidad desde 1772.

La Iglesia declaró que el sacrificio de aquellas nobles mujeres no había sido en vano, puesto que “apenas habían transcurrido diez días de su suplicio cuando cesaba la tormenta que durante dos años había cubierto el suelo de Francia de sangre de sus hijos” (decreto de declaración de martirio, 24 de junio de 1905).

El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902 el papa León XIII declaraba venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y el 27 de mayo de 1905 San Pío X declaraba beatas a aquellas “que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón”.

Los milagros probados durante el proceso de beatificación fueron:

•La curación de la Hermana Clara de San José, una hermana laica Carmelita de Nueva Orléans, cuando se encontraba a punto de morir de cáncer en Junio, 1897; •La curación del Abbé Roussarie, del seminario de Brive, cuando se encontraba a punto de morir, el 1897; •La curación de la hermana Santa Marta de San José, una hermana laica Carmelita de Vans, de tuberculosis y de un absceso en la pierna derecha, 1 Dic., 1897; •La curación de la hermana San Miguel, una franciscana de Montmorillon, el 9 Abril, 1898. Las benedictinas de Stanbrook, en Inglaterra, conservan muchas de las ropas que estaban lavando en la cárcel las mártires cuando fueron conducidas a la guillotina. Estas reliquias provienen de las benedictinas de Cambrai, que se hicieron cargo de ellas a los pocos días del martirio.

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