Redacción Editorial
-El crimen organizado erosiona el tejido social y debilita las instituciones, lo que profundiza el subdesarrollo en un país como México.
-La crisis de Estado surge por poderes fácticos, como el narcotráfico, que controlan amplios territorios con fuerza y violencia.
-El narcotráfico disputa la hegemonía al Gobierno, desafiando el monopolio legítimo del uso de la fuerza pública.
-El subdesarrollo se explica por la fragilidad institucional y un profundo desdén por lo público, más allá de indicadores macroeconómicos.
-Actores criminales crecen al amparo de élites políticas, conformando entramados institucionales paralelos a los legalmente establecidos.
-La expansión del crimen organizado se logró por la permisividad de las élites y la indefensión de amplios sectores de la población.
-El crimen no se entiende sin la acción, omisión, incapacidad o colusión del Estado en la sociedad mexicana, es un fenómeno sistémico.
-La violencia es usada por las élites para inocular el miedo y ejercer control social, afianzando un patrón de acumulación de poder.
-El narcotráfico impone una cultura y forma de vida, normalizando su existencia en vastas regiones del país mediante la fuerza.
-El objetivo del crimen es obtener ganancias financieras e imponer poder y dominación para apropiarse de mercados y territorios ilícitos.
-La eficacia criminal se basa en la violencia, intimidación, corrupción y su capacidad de cooptación en la esfera político-gubernamental.
-El crimen organizado desestructura el sentido tradicional de comunidad al imponer una cultura del miedo, incertidumbre y desdén por la ley.
-El narcotráfico erosiona la institucionalidad y el espacio público mediante la violencia frontal, la corrupción y la cooptación de actores.
-Acciones del Estado (2006-2018) generaron y reprodujeron una espiral de violencia buscando compensar su carente legitimidad.
-Entre 2006 y 2018, México registró alrededor de 250,000 ejecuciones, alcanzando la violencia el estatus de epidemia nacional.
-La “guerra contra el narcotráfico” se fundamenta en un pensamiento maniqueísta de policías y ladrones y la criminalización de los pobres.
-El narcotraficante Ismael Zambada afirmó que la lucha contra el narco es una guerra perdida: está “arraigado como la corrupción”.
-La lógica desestructurante del narcotráfico se inserta en una economía informal que se traslapa con actividades económicas formales.
-El Estado mexicano se torna intencionalmente débil y errático, sitiado por poderes fácticos que lo inhiben y lo fragmentan.
-La violencia ejercida por el crimen organizado es estructurada, sistemática y directa, buscando diezmar rivales y fortalecer el control territorial.
Análisis Editorial: La sombra del crimen y la fragilidad del Estado mexicano
El estudio académico se transforma en una alarma social. El análisis profundo sobre la interacción entre el crimen organizado y la estructura estatal en México revela que la inseguridad es apenas la punta de un iceberg mucho más complejo. El sociólogo Isaac Enríquez Pérez, en su artículo “El crimen organizado y la fragilidad institucional como condicionantes del desarrollo: el Estado mexicano asediado por el narcotráfico y sus impactos desestructurantes en el tejido social”, publicado en la Revista Facultad de Ciencias Económicas, Vol. 28, con fecha de enero-junio de 2020 , y que abarca las páginas 145 a la 181 (con DOI:(https://doi.org/10.18359/rfce.3564)), presenta una tesis contundente: el fenómeno criminal ya no es solo una amenaza a la ley, sino la principal condición que profundiza el subdesarrollo y provoca una crisis existencial del Estado.
Enríquez Pérez, en el momento de la publicación de este artículo se señaló como Doctor en Economía del Desarrollo, posgraduado en Historia del Pensamiento Económico y sociólogo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (CONACYT), investigador junior para el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
El corazón de la argumentación de Enríquez Pérez radica en desplazar la visión tradicional del desarrollo, que se enfoca meramente en indicadores macroeconómicos. Para el autor, el verdadero subdesarrollo en México se explica por dos pilares que se refuerzan mutuamente: la fragilidad institucional y el desdén por lo público.
Es en este vacío de lo legítimo donde el crimen organizado, particularmente el narcotráfico, emerge como un poder fáctico que, al imponer su fuerza y violencia, logra controlar amplios territorios. Este control de facto no es un delito aislado, sino un desafío directo a la soberanía, una disputa por la hegemonía frente al Gobierno y a su aparato de seguridad, desafiando el principio fundamental de que solo el Estado posee el monopolio legítimo del uso de la fuerza.
La expansión y consolidación de estos actores criminales no podría haberse dado en un vacío. El documento es claro al señalar que este crecimiento se dio al amparo o por la permisividad de las élites políticas y económicas. Los criminales dejan de ser sujetos externos para volverse parte de entramados que se sobreponen a los canales legales, conformando una suerte de institucionalidad paralela.
Esta relación simbiótica —de acción, omisión, incapacidad o franca colusión— es lo que convierte el narcotráfico en un fenómeno sistémico y no en una simple patología social. La indefensión de vastos sectores de la población ante este pacto tácito entre poderes legales e ilegales facilita aún más la captura de lo público.
El crimen organizado opera bajo una lógica desestructurante que trasciende lo económico. Si bien la obtención de ganancias financieras es un motor clave, el objetivo final es la imposición de poder y dominación para apropiarse de mercados y territorios ilícitos. La eficacia de esta dominación reside en una triada letal: violencia, intimidación y corrupción. La violencia, descrita como estructurada, sistemática y directa, no es aleatoria; busca diezmar a los rivales, atemorizar a la población e inocular el miedo como una herramienta de control social que afianza un patrón de acumulación de poder en las sombras.
Este ciclo de violencia tiene efectos devastadores sobre el tejido social. El narcotráfico desarticula el sentido tradicional de comunidad al imponer una cultura del miedo y la incertidumbre, donde la desconfianza en la ley y en las instituciones se convierte en una norma de supervivencia.
Al operar en la esfera político-gubernamental a través de la cooptación, el crimen erosiona la institucionalidad desde dentro, haciendo que el espacio público —aquel donde se debería gestar y revitalizar la ciudadanía— se convierta en un campo de batalla o, peor aún, en una zona controlada por el miedo.
El autor realiza una crítica puntual a las estrategias de seguridad implementadas, especialmente durante los sexenios 2006-2018. Estas acciones, más que buscar la paz, buscaron compensar una carente legitimidad del Estado frente a la sociedad, lo que solo generó y reprodujo una espiral de violencia incontrolable.
Las cifras son aterradoras: entre 2006 y 2018, México acumuló alrededor de 250,000 ejecuciones, lo que elevó la violencia a la categoría de epidemia nacional.
La “guerra contra el narcotráfico” fue concebida, según el análisis, bajo un pensamiento maniqueísta que simplificaba la realidad a una dicotomía de "policías y ladrones" y, trágicamente, sirvió como un pretexto para la criminalización de los sectores más pobres y vulnerables .
La realidad, sin embargo, es mucho más compleja, como lo atestigua una de las citas cruciales recuperadas por el autor: la del narcotraficante Ismael Zambada , quien afirmó que la lucha contra el narco es una guerra perdida , pues está “arraigado como la corrupción” en la sociedad mexicana. Esta frase encapsula el peligro mayor: la normalización del fenómeno. El narcotráfico ya no es un cuerpo extraño, sino que se ha insertado en la economía informal y se traslapa con actividades económicas formales , dificultando cualquier estrategia de erradicación que no atienda las raíces socioeconómicas y, crucialmente, las fallas institucionales.
En conclusión, el texto de Isaac Enríquez Pérez es un llamado urgente a dejar de ver al crimen organizado como un simple desafío de seguridad pública. Obliga a reconocer que el Estado mexicano se ha tornado débil, errático y fragmentado , no por accidente, sino por ser sitiado por poderes fácticos que han logrado inhibir su función reguladora y protectora.
El narcotráfico ha impuesto una nueva lógica que define la vida, la muerte y el desarrollo en amplias zonas del país, y cualquier intento de superación del subdesarrollo deberá pasar primero por una profunda y dolorosa refundación institucional que recupere la soberanía perdida en manos de quienes han hecho de la violencia y la corrupción su forma de gobierno paralela. El desafío para México no es solo vencer al narco, sino reconstruir el espíritu de lo público que ha sido capturado. #MetroNewsMx

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