Redacción Editorial
-La autocracia pasiva: estrategia gubernamental para neutralizar la protesta ciudadana sin represión abierta, controlando el Zócalo con tácticas de miedo.
-Marcha de la Generación Z y sectores plurales: manifestación masiva, espontánea y pacífica contra Morena, Sheinbaum y la impunidad en México.
-El terrible asesinato del alcalde Carlos Manzo fue el detonante principal de una movilización que exigió justicia y alto a la inseguridad nacional.
-Operativo en el Zócalo: diseñado para inhibir la concentración; uso de vallas en “L” y embudos operativos para fragmentar la fuerza ciudadana.
-Violencia estratégica: foco de agresión colocado en la única entrada (5 de Mayo) para atemorizar a familias y dispersar al contingente pacífico.
-Uso de cohetones con impacto brutal que generaron pánico: miles confundieron el estruendo con disparos, forzando su retiro apresurado del lugar.
-Policías antimotines: víctimas de una ecuación política, agredidos durante más de cinco horas sin permiso de intervenir; su reacción fue inducida.
-El Zócalo no se llenó de forma espontánea, sino por inducción: el miedo y la confusión operativa impidieron la concentración masiva de personas.
-Dispersión final: pánico generalizado por huida masiva ante el avance de antimotines, canalizados por rutas de escape saturadas por las vallas.
-La lógica política del control: la paz la puso la ciudadanía; la narrativa del caos y el desorden fue generada por ingeniería política.
La crónica y el análisis del analista sobre seguridad Alberto Capella sobre la reciente marcha ciudadana en la Ciudad de México -enviada a la Redacción de Metro News y que adjuntamos al final de este análisis-, detonada por el artero asesinato del alcalde Carlos Manzo, no es solo un testimonio; es una disección profunda de la táctica política contemporánea que él denomina "autocracia pasiva".
El texto revela una orquestación deliberada del miedo y el caos cuyo objetivo no fue reprimir de frente, sino controlar la narrativa y la percepción pública de una movilización histórica, pacífica y profundamente espontánea.
Capella, con la doble perspectiva de exactivista y exfuncionario de seguridad, expone una verdad incómoda: la falta de concentración masiva en el Zócalo no fue un fracaso espontáneo de la convocatoria, sino una inducción operativa perfectamente calculada.
El dispositivo de seguridad, lejos de buscar proteger monumentos o facilitar el acceso a miles de familias, se diseñó como un laberinto de inhibición. La creación de vallas en forma de "L", los cierres estratégicos y el único acceso saturado por 5 de Mayo actuaron como un embudo para fragmentar y ralentizar el flujo imparable de ciudadanos.
El punto más crítico de su análisis reside en la colocación estratégica de la violencia. Al situar el foco de agresión —jóvenes atacando vallas y el grupo de vándalos frente a Palacio Nacional— justo en la entrada del Zócalo, se activó un mecanismo de pánico entre el contingente pacífico. Esta violencia no fue aleatoria; fue un telón de fondo diseñado para que miles de personas, especialmente familias y adultos mayores, optaran por retirarse, aterrorizados por el humo y los golpes.
El uso de cohetones de alto impacto auditivo se describe como un factor determinante en esta ingeniería del miedo. El estruendo, confundido con disparos por la ciudadanía no habituada a protestas, generó una estampida. Este ruido intimidante, sumado a los embudos operativos, garantizó el resultado político deseado desde Palacio Nacional: una imagen final de un Zócalo vacío o controlado, que distorsionara el impacto real de la movilización.
La descripción de los policías antimotines es clave y profundamente humana. Capella los identifica también como víctimas de la ecuación política, mantenidos estáticos por horas bajo una lluvia de agresiones sin recibir la autorización para intervenir. Su reacción final y forzada no justifica excesos, pero se comprende como la respuesta humana de quien ha sido utilizado y violentado por el propio diseño operativo.
Finalmente, el concepto de autocracia pasiva sintetiza magistralmente la nueva forma de autoritarismo: se permite la marcha, pero se garantiza su neutralización mediante la logística del miedo. Es control sin declararlo, represión sin la imagen de la represión. La gran conclusión es que la dignidad y la paz la puso el contingente ciudadano, mientras que la narrativa del desorden, del caos y del fracaso de la concentración fue una pieza de ingeniería política para controlar la percepción de un evento que, en su origen y su flujo, fue innegablemente histórico y poderoso.
Alberto Capella, experto en análisis en seguridad y marchas sociales
Alberto Capella Ibarra es un abogado y activista social de Baja California que se dio a conocer por organizar marchas ciudadanas contra la violencia en Tijuana a mediados de los años 2000. Posteriormente ocupó cargos públicos en materia de seguridad en distintos estados de México.
Nacido en Tijuana, Baja California, es abogado, con vínculos tempranos al sector empresarial. En los años 2000 encabezó marchas multitudinarias contra la violencia y la inseguridad en Tijuana, en un contexto de fuerte presencia del crimen organizado.
Estas movilizaciones lo colocaron como una figura ciudadana visible, con un discurso de exigencia hacia las autoridades para garantizar seguridad y justicia.
Tras su etapa como activista, Capella fue invitado a ocupar cargos oficiales tales como secretario de Seguridad Pública de Tijuana (2007–2010). Titular de Seguridad Pública en Morelos (2014–2018). Secretario de Seguridad Pública en Quintana Roo (2018–2020). En estos puestos impulsó estrategias de policía de proximidad y coordinación con fuerzas federales, aunque también enfrentó críticas por resultados y conflictos políticos.
En la actualidad se presenta como analista y experto en seguridad pública, escribe columnas y participa en medios sobre temas de violencia, crimen organizado y políticas de seguridad.
- En sus textos recientes recuerda su experiencia como activista en Baja California y la contrasta con su paso por la función pública, reflexionando sobre la lógica de las marchas y la respuesta del Estado.
En resumen, Alberto Capella es un abogado tijuanense que saltó a la vida pública organizando marchas contra la violencia en Baja California, y más tarde se convirtió en funcionario de seguridad en varios estados. Actualmente se dedica al análisis y la crítica en temas de seguridad.
Lo que viví en la marcha: crónica, análisis y la lógica de una "autocracia pasiva"
Por Alberto Capella
Estuve presente en la Ciudad de México durante la marcha convocada por la Generación Z y otros grupos ciudadanos, cuyo detonante principal fue el terrible asesinato del alcalde Carlos Manzo.
Lo que aquí escribo no es especulación ni reconstrucción de terceros: es lo que vi, viví y analicé directamente desde el terreno, con la experiencia de haber encabezado —como activista ciudadano— marchas contra la violencia hace casi 20 años en Baja California y, por otro lado, de haber coordinado como autoridad la atención de manifestaciones masivas. Lo hago con la sensibilidad y el entendimiento de quien conoce estas dinámicas por dentro.
Una marcha de múltiples sectores ciudadanos, profundamente espontánea y pacífica
La marcha comenzó su desplazamiento alrededor de las 11 de la mañana. Desde el inicio quedó claro que se trataba de una movilización plural, integrada por familias completas, personas mayores, jóvenes, adultos de todas las edades, profesionistas, grupos de vecinos, ciudadanos sin estructuras corporativas.
Visualmente predominaban banderas asociadas a la Generación Z, numerosas banderas nacionales, y el color blanco, símbolo universal de paz.
Las consignas fueron permanentes, claras y numerosas, contra Morena, contra Claudia Sheinbaum, contra Adán Augusto López, contra Gerardo Fernández Noroña, y sobre todo, exigencias insistentes de justicia por el asesinato de Carlos Manzo.
El ambiente era pacífico, indignado y decidido. Durante más de tres horas, desde Reforma hasta Eje Central, el flujo fue un río humano ininterrumpido.
La llegada al Zócalo: un operativo diseñado para inhibir, no para proteger
Al aproximarnos al Zócalo, observé un operativo que no buscaba proteger monumentos ni facilitar la llegada de la ciudadanía, sino inhibir la concentración masiva.
El dispositivo de contención estaba conformado por vallas metálicas formando una estructura en “L” alrededor de la Catedral y Palacio Nacional, cierre con vallas en Eje Lázaro Cárdenas y Francisco I. Madero, único acceso real por la calle 5 de Mayo.
Este tipo de configuración genera confusión, lentitud, fragmentación y temor. Quien conoce estas tácticas sabe que están diseñadas para reducir el impacto visual, político y numérico de una concentración ciudadana.
Primer impacto: violencia colocada exactamente donde ingresaba la ciudadanía
Al ingresar por 5 de Mayo, lo primero que encontramos fue a un grupo de jóvenes atacando las vallas en la lateral de la Catedral, justo en el punto donde entraba la ciudadanía pacífica. Vi humo, golpes, antimotines resistiendo, gritos, confusión, rostros llenos de miedo.
Miles de personas se detuvieron o se regresaron. Colocar un foco de violencia exactamente en la entrada no es accidental; es una táctica clara de inhibición.
El foco principal de violencia estaba frente a Palacio Nacional
El grupo más numeroso de vándalos se encontraba frente a Palacio Nacional, donde la agresión fue más intensa y prolongada con piedras, botellas, objetos encendidos, cohetones de alto impacto auditivo.
Es esencial puntualizarlo y es el hecho de que la mitad de las vallas derribadas eran las del frente de Palacio Nacional, no las de Catedral. Ese fue el punto de confrontación más grave.
Mi sensibilidad hacia los policías antimotines: también fueron víctimas
Debo detenerme aquí. He estado del otro lado del escudo. Sé lo que implica resistir agresiones directas durante horas. Ayer observé a policías antimotines soportar más de cinco horas de pedradas, golpes, botellas, bombas molotov, humo, gas pimienta, otros agentes químicos y detonaciones de cohetones ensordecedores.
Son seres humanos. Y también fueron víctimas de una ecuación política que los mantuvo estáticos, recibiendo agresiones sin autorización para intervenir.
Cuando finalmente los “soltaron”, reaccionaron con fuerza. No justifico excesos, pero comprendo la reacción humana de quien lleva horas siendo atacado. Ellos también fueron utilizados por el diseño operativo.
Los cohetones: estruendo que muchos confundieron con disparos
Los cohetones tenían un impacto auditivo brutal. Mucha gente —especialmente quienes no están habituados a protestas— pensó que eran disparos. Vi niños llorando, adultos mayores asustados, familias enteras saliendo apresuradamente. Ese estruendo fue determinante para que miles optaran por no ingresar al Zócalo.
¿Por qué no se llenó el Zócalo si la marcha era enorme?
Porque el Zócalo estaba operado para no llenarse. Al llegar, la ciudadanía encontraba violencia colocada estratégicamente, ruido intimidante, humo, embudos operativos, acceso único saturado, cierres de calles, vallas que reducen el espacio útil.
Cada contingente llegaba, veía el escenario y optaba por retirarse. La falta de concentración no fue espontánea: fue inducida.
La dispersión final: persecución y huida por todas las salidas
Cerca de las 4 de la tarde, los antimotines abrieron el cerco, avanzaron sobre la explanada y provocaron una huida generalizada. La gente corrió hacia 5 de Mayo, 16 de Septiembre y Francisco I. Madero, todas saturadas y convertidas en rutas de escape con embudos formados por vallas.
Fue un momento de pánico para miles.
La “autocracia pasiva”: la conducta política que explica lo ocurrido
Lo que viví recuerda al comportamiento “pasivo-agresivo”, una forma de agredir disfrazando la intención. En política, eso tiene nombre: autocracia pasiva.
Una autocracia pasiva no prohíbe de frente, no reprime abiertamente, no declara censura… pero diseña todo para enviar un mensaje contundente desde Palacio Nacional: “El Zócalo es de nuestro movimiento”.
Opera así, te deja marchar… pero coloca violencia donde llegas. Te deja avanzar… pero te fragmenta con embudos. No te impide entrar… pero genera miedo para que no te quedes. No impide la protesta… pero distorsiona la imagen final.
Es control sin admitirlo. Es represión sin declararla. Es autoritarismo administrado.
Mi conclusión personal
Vi una marcha enorme, plural, pacífica y profundamente ciudadana. Vi indignación y esperanza conviviendo en un mismo espacio. Vi a México caminar con dignidad desde el Ángel hasta las inmediaciones del Zócalo. Vi policías utilizados y agredidos durante horas. Vi familias atemorizadas por violencia colocada estratégicamente. Y vi un operativo diseñado para alterar la percepción pública de una movilización histórica.
Lo pacífico fuimos nosotros. La narrativa del caos fue inducida. El sábado no fue desorden espontáneo: fue ingeniería política para controlar la narrativa. #MetroNewsMx


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